martes, 3 de julio de 2007

Quedarse quieto

- A las 6 en la cafetería de la estación- decía su mensaje.

Era fácil reconocer la voz de Bill, mi hermano mayor. Según decía pararía unas horas en la ciudad antes de coger el tren de vuelta a casa. Hacía unos años que no nos veíamos, desde que dejó la Universidad.

- No tienes buen aspecto- dijo nada mas verme- ¿Y tu estúpida cara de niño feliz?

- No habrás venido aquí solo para joderme ¿verdad?- le contesté mientras le abrazaba.




Estaba acostumbrado a sus jocosos comentarios de tío duro. Era el Matt Dillon de las películas, caía bien era inevitable.

- Recibí llamada de mamá- al parecer andan preocupados por ti.



- ¿Preocupados? Hmm, ellos siempre andan preocupados, viven preocupados, ya sabes, por lo que pasó, por lo que pueda pasar… Es su forma de estar entretenidos, viviendo siempre alerta.

- No seas muy duro con ellos.

- ¿Alguien pidió un café sólo por aquí? – dijo la camarera interrumpiendo.

- ¿Un café solo? ¿Mi hermanito? ¿A ti que demonios te pasa?

- Ya ves, se me agrió el carácter. Y tú cuenta, ¿sigues trabajando para la revista?

- Me gusta tener motos cerca, ya me conoces, solo eso.

- ¿Y por lo demás?

- Bien, un poco como siempre. Déjate de bobadas, y cuéntame a qué se debe esa cara.

- No sé, estoy cansado.

- ¿Cansado? ¿Desde cúando?

- Cansado. Cansado de dar un paso y pisar la baldosa equivocada. De saltar dos, pisar la siguiente y comprobar que no acertaste de nuevo. De que alguien sonría ofreciéndote los dados para volver a tirar y comprobar que volviste a pisar en falso.

De repente parece que es más seguro quedarse quieto, ¿no crees?

- Hmmm, eso hermanito o aprender a poner el culo.

- Claro, poner el culo.

- Joder tío, no te entiendo. ¿De verdad pensabas que iba a resultar fácil? Incluso cuando todo va bien siempre hay algo que anda jodido. No hay forma de librarse, es parte del juego. No hay mucho campo de acción, no consiste en correr, ni en llegar el primero. Las cosas pasan porque sí, aprende a asumirlas.

- Sí , supongo que tienes razón, lo que pasa es que ya ha dejado de importarme.

- ¿Qué planes tienes?

- Ninguno. Pedirme otro café, quien sabe hasta puede que me pida una cerveza.

- Haces bien. Tómatelo con calma.

- Sí, con calma.








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lunes, 2 de julio de 2007

La tienda de música

Durante el día, la calle era un hervidero de personas que caminaban demasiado deprisa. Al joven le gustaba pasear tranquilo por la tienda de música, porque era ciego y allí dentro casi todo estaba siempre en su sitio.

La primera vez que hizo sonar un oboe, soplando a través de su boquilla, creyó saber que lo que deseaba en la vida no era dedicarse a la música.
Eran más de las ocho y la única persona que quedaba en la tienda, era él. Los dos dependientes veían al joven recorrer con sus manos los instrumentos, sobre todo los de viento, y aunque iba bien vestido, no le quitaban ojo por si se llevaba algo. En una esquina bien iluminada, frente a la insistente mirada de los dependientes, estaba la flauta de oro. El joven se paraba ante ella y la tocaba con las yemas de los dedos mientras parecía imaginar el color de su sonido, más cálido que ningún otro.
Un instante antes de la hora del cierre, sacó un pañuelo de seda azul de su chaqueta, lo colocó sobre la flauta dorada durante unos segundos y cuando lo recogió, arrugándolo entre sus manos, el instrumento ya no estaba allí. Sonaron todas las alarmas. Un guardia de seguridad se echó encima del joven y lo redujo en el suelo. Él sonreía mientras lo esposaban y al pasar junto a la esquina inundada de luz, todos vieron como la flauta de oro brillaba de nuevo en su lugar.
Entre oboes, flautas, clarinetes y ocarinas, el joven mago supo que lo que deseaba en la vida no era dedicarse a la música.



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viernes, 29 de junio de 2007

La despedida


El hombre mudo se ha fijado en la mujer de los ojos negros. Todos los días se ven a la misma hora en el vagón del metro, cuando van a trabajar.
Al principio, en cuanto ella mira, el hombre mudo baja momentáneamente la vista para que no piense que es un descarado. A la mujer de los ojos negros le gustaría que alguien le dijese que la quiere. Los hombres enseguida le dicen que sus ojos negros son muy bonitos, pero sólo tienen una idea fija, llevársela a la cama. Desearía pensar que él fuera distinto de los otros. Parece tan tímido y tan misterioso.
Después de muchos días mirándose, la mujer de los ojos negros decide ponerse especialmente sexy para ver si se lanza a decirle algo. El hombre mudo la mira con pasión, pero nada más. Entonces la mujer de los ojos negros resuelve tomar la iniciativa y le saluda. Pero para el hombre mudo dar una contestación a su saludo no es suficiente. Él aspira a algo más. No va a conformarse con un vulgar saludo. El hombre mudo quisiera decirle que la quiere, pero no puede. La mujer de los ojos negros queda muy decepcionada al no responder a su saludo.
Desde ese momento desaparece el hechizo. El hombre mudo sabe que la ha perdido, lo sabía de antes. Ha sido la despedida definitiva y el hombre mudo ya no volverá a ver a la mujer de los ojos negros.



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martes, 5 de junio de 2007

La fuerza de inercia

Le habría gustado llamarse Duke, como Duke Ellington, el pianista, claro que él era negro, pero ¿acaso eso importaba?. Con ese nombre podría haber llegado a cualquier sitio, o eso le parecía a él. Sólo habría sido cuestión de proponérselo.
Cuando pisó a fondo el acelerador de su Chevrolet, el coche no respondía. Pronto fue perdiendo fuerza hasta quedarse completamente parado. Era lunes, 8:45 de la mañana en la carretera con más circulación de entrada a la ciudad y allí estaba, completamente parado.
Miró por el retrovisor al coche de atrás. El conductor parecía estar a punto de perder la paciencia, llegaría tarde al trabajo,llegaré tarde al trabajo- pensó. Enseguida le empezaron a pitar. Sacó el brazo por la ventanilla y con la mano indicó que le adelantasen, después se quedó tranquilo, mirando.

- ¡Hay que echar gasolina! - gritó el hombre al pasar.

- ¿La gasolina?, claro- pensó

Subió la ventanilla hasta el tope y cogió el paquete de cigarrillos aplastados que guardaba en la guantera. Dio una calada y echó el humo lentamente inclinando la cabeza hacia atrás.
La gasolina- repitió- A tomar por culo la gasolina.

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viernes, 11 de mayo de 2007

Mi lado oscuro

Una tarde, un hombre muy elegante cruzó la acera y entró a la pequeña corsetería que mis padres tenían en la calle principal del pueblo. Acababa de mudarse y todavía no era conocido entre los vecinos, pero yo ya le había observado desde el balcón de la casa en la que vivíamos, encima de la tienda. Algunas veces daba de comer a las palomas de la Plaza del Ayuntamiento, y, acto seguido, compraba un helado de vainilla que luego disfrutaba largamente sentado en algún banco de los muchos que jalonaban el paseo de los tilos. Después caminaba contracorriente entre el gentío, sujetando su sombrero -nadie en esa época lo utilizaba ya- con una mano mientras con la otra se subía en cuello de la americana.


Siempre iba solo. También el día que nos visitó.
Buenas tardes- saludó. Había en él un cierto toque lencero, un punto de sutileza que lo llevaba a confundirse con los encajes, los brocados y las sedas que acariciaba con mimo exquisito. Me subyugaba.
Atiende por favor al caballero, Pedro- me pidió mi madre. Debió de pensar que entre hombres nos entenderíamos mejor y nos dejó solos.
Él se interesó por un conjunto finísimo compuesto por un sostén de blonda de raso azul intenso y un culotte a juego. De carrerilla, le expuse las bondades de ambas prendas: podían llevarse también por separado, la calidad del tejido evitaba cualquier riesgo de alergia y, además, la hechura se adaptaba al cuerpo como un guante.
A las mujeres les encantan los modelos de este tipo- dije como colofón.
Me lo llevo, me lo llevo- contestó intentando camuflar su entusiasmo. Pero me interumpió cuando me disponía a envolvérselo con el papel estampado de flores doradas, el reservado a los clientes muy especiales.
No se moleste. No es un regalo.
Asentí. Entonces tuve ganas de mostrarle más sujetadores, sugerirle algún liguero a juego, pedirle que se los probara. Y mirarle. Tuve ganas de mirarle, pero, en vez de eso, me contenté con verle desde el mostrador cruzar de nuevo la acera y caminar contracorriente entre la multitud. Me lo imaginé vestido con las prendas que acababa de adquirir. Estaba seguro que le sentarían muy bien.

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lunes, 7 de mayo de 2007

PORQUE NO

El hombre va calle abajo con paso firme, satisfecho de sí mismo. Por eso aquella tarde, cuando llega a casa de la mujer que acostumbra a visitar y le hace una escena de celos, sonríe entre ofendido e irónico pues él no se siente culpable de nada. Lo aclaró bien cuando comenzaron la relación.
“Yo soy polígamo –le había dicho- y no puedo abandonar mis principios. Es mas, me alegraría que tu también te relacionaras con otros hombres”.
Ella le responde que tampoco le ocultó que era monoándrica y le asegura que no está dominada por los celos. Sencillamente ha comprobado que le resulta imposible aceptar sus principios y ahora desea vivir con un hombre que la quiera y se entregue del mismo modo que ella lo hace. Puso mucha ilusión en la relación porque pensó que lo de la poligamia era un farol pero ahora está quemada. Por eso desea dejarlo.
Él recibe un fuerte golpe. Creía tener controlada la situación pero se da cuenta que esta mujer es de armas tomar. Reconoce en su interior que le habló de poligamia pero no al principio, sino unos meses después, cuando ella ya estaba enganchada. Ahora su seguridad se desmorona. Cambia el tono y le habla cariñoso, susurrándole que la quiere mucho más de lo que él creía y está dispuesto a reconsiderar la situación. Incluso le habla con temblor. El cae de rodillas, la rodea por la cintura, le besa las piernas, le acaricia los muslos. “Soy un egoísta-exclama- no he pensado en lo que podrías sufrir”. Ella lo mira desconcertada. No conoce a este hombre que tiene delante y en la medida que avanza en sus disculpas y pierde los papeles, se siente timada. Le gustaba mas aquel hombre fuerte y coherente que el que tiene delante dispuesto a abandonar todos sus “principios”, según él decía, cuando las cosas no marchan bien.

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sábado, 28 de abril de 2007

Un mundo sin sentido

¿Sabes quien ha muerto?
La misma pregunta repetida todos los domingos. Mientras yo fregaba los platos, ella en su butaca del salón repasaba las necrológicas del periódico local.
- No sé abuela, no tengo ni idea - respondía yo.
- ¡Vamos hija, trata de imaginar!
- Así, de esta forma, era como yo asesinaba a la mitad de los jubilados del barrio, tratando de imaginar…Los primeros en caer eran los vecinos de abajo, después los del equipo de petanca.
- ¿El señor Matías?- le decía armándome de paciencia
- ¡Qué barbaridad! hija mía, si solo lleva una semana en cama por culpa de una gripe.
Estúpida falsa moral la de mi abuela.
- Entonces… ¿quién?
- Pues aquel compañero tuyo del colegio.
Cerré el grifo para poder escuchar.
- Aquel chico de la papelería que...
- Martín, se llamaba Martín.
Sequé rápido los platos y simulando tener un compromiso salí a la calle.
Pedí prestado al portero el periódico y cuando encontré su nombre arranqué la página.
“Martín Romaña, fallecido a la edad de 36 años. Su padre les ruega un recuerdo en sus oraciones”.


En aquel instante vino a mí el olor a papel y a arcilla de la vieja papelería del Señor Martín a la salida del colegio. Aquella ligera capa de polvo que parecía cubrirlo todo y los cuadernos de caligrafía Rubio colocados en estanterías, desde el suelo hasta el techo, los conjuntos de escuadra y cartabón y la colección de Sandokan de E. Salgari y sobre todas las cosas… recordé el letrero de detrás del mostrador, nuestro trabajo de fin de curso de la clase de manualidades, una tela bordada a petipua, que Martín enmarcó con sumo cuidado para regalar a su padre.
“ La pulpería de Martín” – parecía decir.
Toda la clase se había reído de él cuando enseñó su trabajo acabado.
- ¡Pulpería!, has puesto pulpería- le dijeron
Pero Martín nos miró extrañado y muy serio contestó:
- Papelería, aquí pone papelería. No sé de que estáis hablando.

Eso mismo contestó su padre cuando mi madre sonrío al leer el letrero. Todavía me avergüenzo de ella en aquel día.

Cuando tiré del pomo de la puerta volvió el sonido de las campanillas, como habían hecho siempre. No había nadie. Hacía tiempo que el colegio había cerrado, nosotros fuimos la última promoción y estaba claro que el negocio había sufrido mucho desde entonces. De entonces habían pasado algo más de 15 años. Por lo demás la papelería estaba igual que siempre, los mismos libros colocados minuciosamente, el mismo aroma, las mismas estanterías medio polvorientas y detrás del mostrador allí seguía el letrero, desgastado por el paso del tiempo.

“La pulpería de Martín”

Se oyeron pasos que se acercaban desde la trastienda y de detrás de la cortinilla salió el Señor Martín, el padre de Martín con el pelo casi blanco y la mirada cansada.

- ¿Qué desea? - preguntó
- Vengo, vengo por Martín- dije yo- He visto el periódico y… bueno, no sé muy bien por qué estoy aquí.

De pronto comprendí, allí delante de su padre y del letrero de la clase de manualidades lo entendí todo.

- ¡Martín era disléxico!- exclamé
- Sí - dijo sorprendido su padre. Por eso siempre tuvo problemas al estudiar. Pensé que todos los chicos lo sabían. Él siempre se avergonzaba de ello. Nunca tuvo muchos amigos.
- Claro, no sé como no lo había pensado antes, pero es que nunca antes había pensado en Martín.
- No se preocupe, no creo que eso a él ya le importe.
- Lo siento, lo siento de veras. Todos nos hacemos mayores Señor Martín, y yo me he dado cuenta justo ahora.

Se hizo un silencio, luego comenzó a hablar:

Mi hijo nunca fue feliz, la vida no fue complaciente con él. Todo resultaba demasiado complicado, vivía en una lucha constante, no tuvo la fuerza suficiente para aguantarlo. No se lo reprocho, me ayudó hasta que ya no pudo más.

Hace unos meses Martín me pregunto que por qué vivir , yo no supe contestar. Vivir porque sí le dije, por los buenos momentos.

Pero si lo piensa señorita, los buenos momentos de cada uno son tan sólo pequeños detalles, cosas insignificantes para el resto de la gente. Como podía yo explicar a mi hijo , que vivo para escuchar el sonido de la calle en las mañanas de domingo. Como explicar que vivo, para sentarme en un banco y leer el periódico mientras el sol me hacen dormitar. Como explicar que merece la pena ver los males del mundo tan solo por disfrutar de mis mañanas de domingo. No es razonable pero es real, es totalmente ilógico, e inconsciente pero es el motor del mundo, lo que nos hace seguir y procrear.

En Martín los pequeños detalles no dejaban de ser eso, pequeños detalles y alrededor demasiadas tormentas. Es un mundo para estúpidos y egoístas. Martín no era ninguna de esas dos cosas. Siendo así , morir ¿por qué no?.


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viernes, 27 de abril de 2007

Instantánea

Levantó su mano ajada y temblorosa hasta acercar la fotografía al cristal. La imagen en blanco y negro, ligeramente estropeada por el paso del tiempo, mostraba a una joven pareja sonriendo tímidamente, a lo que parecía ser su primera instantánea.

Posaban en un primer plano, sentados en una de esas terrazas de sillas de metal blanco y mesas redondas de mármol, situadas en un gran paseo con frondosos plátanos de fondo.

Todavía hoy en sus rostros, era fácil adivinar el rubor en sus mejillas.

Alrededor, ajenos a aquel instante hombres de bigote y sombrero, mujeres con floreadas sombrillas y niños correteando incansables.

Apartó la fotografía del cristal y bajó lentamente su brazo. Con la mirada aun fija observó a través de la ventana. Allí delante, pudo ver la terraza desierta de un gran paseo con frondosos plátanos de fondo, mesas redondas de mármol y sillas envejecidas de metal blanco desconchado.

Entonces susurró:

- Pronto volverán a llenarse las terrazas.

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jueves, 26 de abril de 2007

Amores difíciles

Ella es periodista. Es, además, atractiva e inteligente. También es una mujer sensible. Vive en un chalet adosado con un jardín. En el jardín hay un castaño que tiene un tronco musculoso, muy retorcido, donde tiene por costumbre escribir sus artículos. Es allí donde tiene sus momentos de mayor creatividad. Pero la periodista es dura para el amor. Ha tenido varias experiencias y no confía en los hombres.

Él es también periodista. Es un hombre aventurero, ha recorrido mundo y vivido como corresponsal en varias guerras por eso tiene bastante experiencia y conoce los entresijos de los seres humanos. Ha vuelto a España para trabajar en la Redacción.

Desde el primer momento muestra un interés especial por ella y ella se ha puesto a la defensiva. Actúa distante y altanera con él y hasta le pone en ridículo, pero él es un hombre curtido y no está dispuesto a tolerar las histerias de una mojigata. Un día comienza a salir con otra mujer. Al principio ella respira aliviada pero después se inquieta porque intuye que es un hombre con personalidad. Empieza a ser mas amable. “Es en plan de amigos”-dice para justificarse. Pero lo cierto es que le trata con amabilidad y en su vestimenta pone un toque de insinuación. Ha aumentado sus escotes, subido sus faldas y se pinta los ojos y los labios. Él capta el mensaje pero no se da por enterado. Es mas, se muestra indiferente. Ella da un paso mas y le llama por teléfono pidiéndole datos para elaborar un artículo. Quedan en un café. Al principio hablan del artículo que quiere publicar, después charlan animadamente y dan un largo paseo. Ella le invita a su casa y terminan en la cama. Se impresionan al comprobar la química que hay entre ellos. Desde entonces se ven siempre en la casa de ella. La confianza que surge es espontánea. No tienen reservas y andan por la casa desnudos con toda naturalidad. Cuando follan lo hacen a gusto. Los dos muestran una gran sensibilidad y mucha pasión. El se queda cuatro o cinco horas y después se marcha sin decir cuando volverá. Este comportamiento se ha convertido en hábito. Discuten muchas veces por este motivo y él intenta cambiar en detalles, le dice cuando volverá, es mas cariñoso pero sustancialmente todo sigue igual. Ella sufre, le insulta, le dice que se equivoca, que ella no es un pedazo de carne con ojos y que no vuelva mas pero al día siguiente lo llama. No comprende por qué está tan enganchada. El vuelve porque tampoco puede prescindir de ella pero no promete nada. Conoce a este tipo de mujeres. Sabe que si logra dominarlo perderá interés. Se miran. Ambos sufren. Se sienten encadenados.

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jueves, 19 de abril de 2007

Sus ojos

Empecé a trabajar con ella un lunes. Ya me habían advertido que tenía un carácter un poco difícil y que tendría que aprender a tratarla. Era de estatura mediana, bien proporcionada y con mucha energía, pero lo que realmente destacaba era su cara de piel blanca con pómulos salientes y unos ojos grandes y redondos de un tono gris azulado.

Al llegar y sin casi saludarme empezó a darme órdenes y a encargarme tareas sin que yo prácticamente pudiera preguntar nada, remarcando que si había algo que no estaba dispuesta a permitir eran los errores y los fallos. Todo ello me lo iba diciendo con una gran frialdad mientras me miraba de una manera amenazadora e inquietante.



A partir de ese momento cada cosa que hacía le parecía mal y mi trabajo era un error permanente, si transcribía un documento literalmente no tenía iniciativa, si ponía una coma yo no era nadie para modificar un texto, si le pasaba una llamada no había sido capaz de saber que no quería ponerse y si tomaba nota y le dejaba un mensaje tenía que haberla localizado. Todo eran gritos, malos gestos y un constante decirme que era una inútil y que no servía para nada, pero lo peor eran sus ojos, cada vez más grandes y de un gris acerado, que se clavaban en los míos y los atravesaban con tanta ira, agresividad y desprecio, que yo me quedaba paralizada, incapaz de articular una sola palabra, y cuando ya no podía contener las lágrimas, una sonrisa de satisfacción se dibujaba en su rostro. En otras ocasiones después de una bronca, se acercaba lentamente a mí y sin apartar sus ojos de los míos, me apretaba suavemente el brazo o la mano, me acariciaba el pelo y me decía que suerte tienes de que yo sea tan paciente y te siga dando la oportunidad de estar a mi lado, yo me encogía y me empequeñecía sintiendo el miedo de que sus dedos traspasaran mi piel.

Era lunes, hacía dos meses que trabajaba con ella y mi delgadez cada vez era más patente así como la palidez que se había apoderado de mi cara. Me llamó a su despacho y me dijo, tengo un problema en los ojos, ponme este colirio ahora y recuerda que lo necesito cada tres horas. Le eché las gotas, una, dos, tres, una, dos, tres. Salí de su oficina oprimiendo el frasquito entre mis manos y con esas palabras resonando en mi cabeza, una, dos, tres, una, dos, tres. Me fui al cuarto de la limpieza, busqué la botella del amoniaco y rellené el envase del colirio con ella. Al cabo de las tres horas volví a su despacho, con firmeza mantuve sus párpados abiertos mientras mi mano apretaba con fuerza el frasco y mis labios musitaban una, dos, tres….

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jueves, 15 de marzo de 2007

I love you, I kill you.


T
ac-Tac-Tac, precisas palabras que matarán. El eco en la lejanía de las oscuras paredes invisibles no serán motivo de arrepentimiento.
Pedro a la sombra de la pantalla de su monitor como único testigo, saca partido a sus horas extra cometiendo un asesinato largamente planificado y ensayado.
Pedro escribe en su ordenador. Es una carta personal.
Se que les gustaría leerla. Lo se. No conocen a Pedro y se dicen que para nada les importa la vida de esta persona, pero ¿cuantos en las cercanías de un precipicio no han sucumbido al deseo de echar un pequeño vistazo a sus profundidades?.
Acérquense pues. Nadie les pillará.

El día en el que al fin alcancé el valor suficiente para besarte, con una mano sujetando las tuyas para evitar el tortazo, y con la otra cogiendo el corazón y así no desfallecer en el valor, dejé de amarte.
No sabes la cantidad de veces que soñé con ese momento. La de oportunidades que encontré y que no saqué de mi valentía inexistente y perdida. La de justificaciones inútiles que transformaban todas mis acciones en correctas, que me permitían dormir con la consciencia tranquila cuando mi alma deseaba lo contrario y dejaban mi corazón maltrecho.
Pero en el fondo no quería besarte, acariciarte ni hacerte el amor. Solo buscaba el deseo insatisfecho. La pena constante, el dolor de lo no cumplido. El anhelo de focalizar mi desesperación en otro problema que no fuera yo mismo. El de olvidarme. Por que en realidad no te amaba sino que simplemente me odiaba y no lograba encontrarme.

Por eso, cuando en realidad, te dí lo que buscabas, cediste. Querías mi arrojo y valentía en aquella tarde después de haberme rechazado con tus eternas dudas. Pruebas inconscientes a tu caballero sobre su verde corcel, para hacerle digno de tu sagrado tesoro. Pero yo perdí mi seudo-problema. Mi tapadera. Mi superficial angustia y renació la verdadera. Mi yo.

Desde ese momento no solo dejé de amarte, sino que te odié, buscando que me dejaras, para perderme de nuevo en el olvido y reencontrar tu amor. Jamás lo logré y ahora a los 57 años y con nuestro hijo de por medio, creo que es un absurdo, y que ha llegado el momento de enfrentarme con mi problema y marcharme de tu lado.

un beso. Me odio. Te amo.

Pedro, tocó la tecla de envio con su dedo. Solo tenía que oprimirla. Repasó otra vez la carta. No sabía por qué lo hacía. Era lo suficientemente destructora como para provocar un vuelco en su vida y así alcanzar su proposito. Quitar el primer ladrillo en la rehabilitación de su nueva vida. Aunque tenía la duda de que Ana no reaccionara y no le abandonara con lo dicho. Pedro sabía que todo esto, Ana, ya se lo intuía. No habia permanecido con él 30 por el recuerdo de la acidez de aquel beso. Necesitaba a Pedro para no sentirse sola, y ya no tenía ganas de buscar más. Sus femeninas quejas y dulces cuchilladas verbales eran algo que habían construido una forma de vida y Pedro sabía que no podía vivir de otra manera.
En definitiva la tenía cariño, o eso creía.
El dedo tocaba y acariciaba el "enter". Hacía círculos palpándolo con la yema y la uña. Bailaba un tango sensual con la tecla, Uno de esos bailes que pueden romper una relación de años sin haber nada más.
Miró el teléfono. Tuvo una sensación extraña. Sonó

- ¿Si?
- Soy yo, Ana. ¿Sabes que la factura de la luz de este mes ha subido? Esto no puede continuar así. Tenemos que hacer algo.
- Ya estoy terminando cariño. En una hora estaré allí cielo.

El dedo se levanta y cambia de pareja. Flirtea con el botón de apagado.

- Tiene un mensaje por enviar. ¿Desea descartarlo?

¿Enviar? ¿Cancelar?

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Un cuento malo. Malísimo.


- Ding Dong.
Alguien llama a mi puerta. La abro y me encuentro a un hombre que quiere hacerme una foto para vendérmela. Me da igual, pero como soy un morboso y tiene dos ganchos como manos decido que entre.
- ¿Querría que le hiciera una foto?
- No lo sé, pero si quiere le invito a un café.
- Muy bien, pero no crea que por ello va a convencerme para que no le venda la foto.
- ¿Sabe que estoy solo? Mi mujer se llevó a los niños hace un mes y todavía no se nada de ella. Lo llevo muy mal.
- Pues que quiere que le diga, yo solo he venido a hacerle una foto, no a que me cuente su vida.
- Ya, pero ya que le invito a café.
Le serví su vaso.
- ¡Oiga! ¿No ha visto que no tengo manos, por qué se queda usted con la taza con asa y me da este vaso sin ella? ¿Acaso tiene curiosidad de ver como me las apaño?
- Pues mire, si con ello me alegra el día.
Total, que le veo desabrocharse los zapatos. Quitarse los calcetines y uniendo los dos pies entorno al vaso, bajo mi más absoluto inmenso asombro, se bebió el contenido de un golpe.
- ¿ve como para ciertas cosas no hacen falta lo que echamos en falta?
Y me hace una foto, que coge con la boca y se pone a agitar con un temblor de cabeza, para que le diera el aire y que secara lo más rápidamente el positivado.
- Ahí tiene su foto. Es gratis.
Y se largó.
Cuando miro la fotografía, encontré a mi imágen sin ojos y me dije:
- Pues vaya... bien es cierto que no hace falta tener lo que echas en falta para hacer lo que quieres.
Así que cogí el teléfono y llamo a mi mujer. Al día siguiente la tuve de nuevo a mi lado.
Ya ves tu.

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jueves, 8 de marzo de 2007

¡Y un comino!


M
arta leía.
En su cubículo de metal acristalado al borde de una carretera de esas que llegan al fin del mundo, Marta se perdía en el ensueño de Claudia Maria Ortega por el amor de Ricardo Alfredo Sanchez, al que ponía cara con el último famosete de la tele y por el que fantaseaba tener una noche de sexo, con dedos juguetones perdiendose por su cuello al despertar.

Poco le importaba que no pasara nadie. Que desde que se había inaugurado tres años atrás, solo el alcalde (que evidentemente no pagaba) fuera el único al que Marta levantara la barrera. Y es que eso de trabajar en la única comarcal con peaje tenía su importancia, no se vayan ustedes a pensar lo contrario.


Por eso cuando intuyó el reflejo de un lejano coche en el carmín de Claudia a punto de besar a su amado, Marta frunció el ceño y levantó lentamente la mirada para no asustar a su galán, al mismo tiempo que una chicharra dejaba de cantar, anunciando un descenso perceptible de la temperatura en aquel tórrido día de verano.
No era el alcalde. Estaba segura. Y eso la ponía más furiosa. ¿Quien se atrevía a sacarla del mejor momento del día? Del año ¡De su vida!

Esperaba y tenía el convencimiento de ver dar media vuelta al intruso al percatarse de su error. ¿Quien en su sano juicio iba a pagar por recorrer una carretera que llevaba al mismo sitio que una nacional paralela a esta, dos kilómetros más allá? Pero no. Un capó negro dejó paso a una ventanilla bajarse, y un alzacuellos saludar a un cubo con mujer incorporada.

- ¡Buenos días, señorita! Hace un día estupendo hoy ¿no es verdad?

Balas cruzaban el coche acribillándolo, cual mafioso de película.

- Son... -Marta se quedó perpleja. ¡No se acordaba cuanto era!- Dos con quince - improvisó, antes de romper su cruel barrera helada)

- Realmente hace uno de esos días en los que apetece un buen gazpacho. - dijo el cura mientras cruzaba sus gruesos brazos y se reacomodaba en su sillón.

Ricardo Alfredo empezaba a preguntarse impaciente, si era una buena idea besar a Claudia María.

- Dos con quince, señor. - cacareó la funcionaria.

- ¿Sabe si en este pueblo tienen buen comino? Para la elaboración de un buen gazpacho es fundamental el comino. Ya sabe hija, las cosas pequeñas son las que constituyen la sal de la vida. Sé que es muy dificil encontrar un buen comino hoy en día. Sobretodo con los añadidos químicos y edulcorantes que se ponen en la actualidad. Y es que ya hay muy pocas cosas auténticas. Aunque las oportunidades, bien cierto es, ahora se presentan más de una vez en la vida. No todo tenía que ser malo ¿verdad? Cuando yo era pequeño supe qué camino elegir. Pastor. Pero no de hombres, como soy ahora, sino de ovejas. Pero ya ve usted, la vida te coloca donde no se merece, aunque francamente es una ventaja trabajar solo los Domingos. ¡Si es que se le puede llamar trabajar a lo que hago! En fin, que creo que ya sé lo que buscaba. Buenos días tenga usted, hija.

Y una ventanilla con capó, dieron paso a un maletero que volvieron por donde habían venido sin cruzar ni barrera, ni Marta, ni los lábios de Claudia. Y así como cuando te sientes vacio, debido a una culpabilidad que nunca tuviste se quedó Marta absorta y olvidada de su gran amor y del beso que llevaba esperando todo un año. Toda una vida.
La chicharra cantó. Ricardo Alfredo había preferido buscar los besos del dinero en vez de esperar a la indecisa Claudia, cuyos lábios besaron el polvo que se levantó al cerrar el libro.
Marta frenó. Contuvo la respiración más allá de lo aconsejado por el sentido común. Miró de nuevo la portada, pareció sopesar los pros y los contras. Observó a ambos lados de la carretera y con las prisas del culpable, cerró la garita, echó la llave y una vez dentro del cubo, acomodada, bajo una luz fríamente anaranjada, aunque afuera hiciera un día radiante y no sabiéndolo, perdiera su oportunidad de poner un comino en su ignorada vida, abrió la primera página y tomó de nuevo su pequeña gran droga, poniendo todo su empeño en ser despertada por unos dedos cariñosos en su cuello. Solo cosquillas que la hicieran despertar. Sola y solamente buscaba eso.

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viernes, 2 de marzo de 2007

Soneto del silencio a la palabra

Desde el total silencio de la mente,
comienzan a surgir los pensamientos,
que no paran y crecen por momentos,
mientras llegan recuerdos de repente.

Y suena la primera voz naciente,
seguida de otras que alzan sus acentos,
hasta que el tono baja y se hace lento,
y regresa el mutismo nuevamente.

Después los pensamientos languidecen,
a medida que van adelgazando,
hasta que al fin aquellos enmudecen.

Y de nuevo el silencio está reinando,
y luego pensamientos que florecen,
y más tarde palabras resonando…

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lunes, 26 de febrero de 2007

No me hables del destino

Yo elijo todo lo que me pasa. El destino no existe. Y sin embargo, tú eres mi destino. Cuando te conocí, nada tuvieron que ver la reencarnación, ni el psicoanálisis, ni la dialéctica, ni la evolución de las especies, ni Dios. Si un cromosoma caprichoso hubiera decidido que tu fueras rubia te habría querido igual, y si en vez de tu presencia soberana en la barra donde nos conocimos hubiera habido un negro de dos metros o un chino de uno cincuenta, en el lugar que ocupaban tus voluptuosos metro setenta y tres, yo te habría encontrado lo mismo, porque mi corazón tenía ganas de encontrarte. Y nada habría sido capaz de esconderte de mis ansias. Mi voluntad es una fuerza mayor, el destino no puede con ella.
Tú también eliges. Me elegiste a mi como un destino circunstancial, como un destino turístico, como un lugar de paso, para negarme después la luz de tu sonrisa. Y cuando decidiste levantar el vuelo para caer en los brazos fornidos de aquel alemán, habría dado igual que fuese francés o gibraltareño. Igual podría haber sido el vecino de arriba, o un señor que pasaba por la calle.
Así que no me hables del destino. El destino no existe, nosotros lo hacemos. Dime mejor, sencillamente, que ya no me quieres y deja que el olvido vaya resecando poco a poco mi desdeñosa rabia.

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sábado, 24 de febrero de 2007

A la mierda el destino

- Y ahora ¿qué?
- Ahora nada.
- ¿Nada hasta cuando?
- Nada hasta siempre.
- ¿Y el amor?
- Ya has visto que no es suficiente; ¿ qué quieres que te diga?
- Que me querrás toda la vida.
- Te querré toda la vida.
- ¿Y cómo sabré que eso es cierto?
- No lo sabrás, te dará igual no saberlo
- ¿Te vas?, ¿es que no sientes el dolor?
- Disfrútalo, es lo único que queda.

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METAMORFOSIS

Aún me angustia recordar mi despacho, las salas de embarque de los aeropuertos, los madrugones y mis sonrisas forzadas con chinchetas imaginarias.
Aquel día, era, en principio, un día de tantos de aburrida reunión de subsidiarias de la compañía. Las intervenciones, en inglés con mil acentos, eran, como de costumbre, soporíferas. Fingía estar muy atento pero sin darme cuenta, para no dormirme, rascaba la parte posterior de mis orejas, una y otra alternativamente. Creo que estaba hablando el danés cuando toqué algo extraño bajo el lóbulo de mi oreja izquierda. Tenía un hilo. Tiré de él con dos dedos, primero con suavidad; resbalaba y tuve que clavar las uñas para hacer más fuerza. Me produjo una sensación rara notar que ofrecía resistencia desde el interior de la coronilla. A cada tironcito, un escalofrío en forma de espiral creciente iba aliviando la tensión. Automáticamente vino a mi memoria la imagen de mi madre, sentada en su sillita baja, destejiendo algún error que liaba en un ovillo. Estaba seguro de que tenía, necesariamente, que ser un sueño pero en mi mano no cabía más hilo. Como no podía cortarlo, traté de esconder la madeja en el cuello de mi camisa. Pensé que el representante holandés estaba notándome el sudor frío por la expresión interrogativa de su mirada. Decidí entonces fingir un ataque de tos y salí al baño. Una vez frente al espejo, me di cuenta de que el hilo era invisible, podía tocarlo y sentirlo pero no podía verlo. El desconcierto impedía que me concentrara, le di la espalda al espejo para poder continuar tirando de aquella hebra. Mi cabeza se lleno de Margarita y los niños, y tuve miedo a perderlos porque su imagen se hacía más difusa a medida que el escalofrío se generalizaba. Se diluyeron también mis amigos, la casa con jardín, el deportivo y mi perro pero no sabía cómo invertir el proceso. Desde la punta del pié derecho noté que por fin el hilo se soltaba, y me estremecí. Lié una madejita con los imperceptibles restos y los dejé en el cubo de basura. Me refresqué la cara y volví a ocupar mi silla en la sala de reuniones. Entonces me di cuenta de que no sólo el holandés tenía sus ojos fijos en mí, sino todos; todos me miraban.
Mi sonrisa, pasó espontáneamente del azul hipócrita al rojo acalorado. Traté de contener las palabras que parecían tener voluntad propia pero de alguna manera lograron salir. Aterrado escuché de mi boca, como un disparo, la frase que me esforzaba en frenar: ¡odio mi trabajo!
Nadie abrió la boca. Yo cerré la mía avergonzado y me marché.

Dos meses después, como consecuencia de aquella metamorfosis y de los dos ceros de diferencia entre mi nómina previa y la cartilla del paro; Margarita y los niños me abandonaron. Y aun cuando he desarrollado una gran dedicación a no hacer nada, nada de nada, confieso que todavía, mientras escribo, rasco afanosamente mis orejas buscando algún hilo.

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jueves, 22 de febrero de 2007

METAMORFOSIS

Libreta en mano, dando un paseo de invierno por entre los barrizales, me pregunto si sabré escribir un cuento sobre la metamorfosis. ¡Ay Dios Santo!, es muy difícil. Creo que tendría que buscar un informante, transmutando, a ser posible que me cuente su experiencia. Me aproximo a la hojarasca, con máxima educación y sin el menor recato. Buenos días señor Palo, ¿tendría usted un momento? Verá usted, tengo un conflicto; necesito los detalles de lo que empuja al mutante. ¿Decidió usted cambiar cuando ejercía de árbol? ¿Quiso alguna vez volar o correr por las montañas? ¿Le molestaba en verano que le robaran las frutas? y en invierno; ¿Por qué se quitaba el abrigo?
Ya veo que no responde, y créame que le entiendo señor don Palo. …y es que yo también soy un alma sin criterio.

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lunes, 19 de febrero de 2007

SIGO CON LA DUDA...

Siempre compro prendas con, al menos, un bolsillo que me permita guardar en él mi talismán, una moneda de peseta con la efigie del rey por un lado y el escudo de España por el otro. No es que sea una nacionalista o una nostálgica, no se confundan, sino simplemente una persona práctica a la que las antiguas pesetas sirven a la perfección al fin que persigue, y éste es que cada vez que lance una moneda al aire pueda determinar al momento si sale cara, o cruz. Y es que siempre he sido una persona muy indecisa y antes de que las dudas me corroyesen decidí buscar una vía rápida, clara y contundente de tomar decisiones, una vía que no dejase duda alguna para que yo pudiese acatar la orden sin pararme a pensar en las consecuencias de lo realizado.

Lo reconozco, se me da mejor obedecer que decidir. Por eso siempre compro prendas con, al menos, un bolsillo que me permita guardar en él una moneda, al menos una. Todas las decisiones tomadas en los últimos diez años de mi vida han sido guiadas por la diosa Fortuna, la diosa del icono que preside la entrada de mi casa a la que adoro diariamente con una vela siempre encendida y el tarareo de una cantinela inventada por mí:

Diosa Fortuna,
Urde mi destino,
Detén que mi duda,
Abra el desatino.

Y así soy feliz… ¿debo aceptar la oferta de trabajo? La diosa Fortuna decide por mí. ¿Montaña o playa? La diosa Fortuna decide por mí. ¿Son los rayos uva beneficiosos para mi salud? La diosa Fortuna decide por mí. ¿Tanga de encaje negro o de satén rojo para mi primera cita? La diosa Fortuna decide por mí. ¿Debo insultar al personaje que me empuja al entrar en el vagón del metro? La diosa Fortuna decide por mí. Y así, alejando las dudas vivo en una paz continua llena de plenitud por la ausencia de reflexión y por la inocencia en mi toma de decisiones. Nunca hay maldad en mis actos pues no soy dueña de ellos, yo sólo obedezco con disciplina militar a mi diosa y la obediencia exime moralmente de cualquier castigo o remordimiento. Así vivo, así pienso y así soy feliz.

Mejor dicho, lo era hasta que un gran dilema ha hecho aparición en mi vida. Sentada en la terraza de mi bar favorito formulo mi pregunta: ¿Debo compartir mi vida con Basilio? Por primera vez tengo la respuesta antes de lanzar la moneda y la respuesta es cara, el SÍ, la luz, la acción, el movimiento, el ying, SÍ, ¿por qué? Porque estoy enamorada. Pero no confío en mi criterio, algo falla y debería abandonarle antes de que el asco hacia él anide en mi corazón. Basilio… con su mirada profunda, su conversación inteligente, sus aspavientos de mano en forma de molinetes, aleteos, puños cerrados y su voz modulada enfática ante las pasiones, iracunda ante las injusticias, insinuante ante las sensaciones… Basilio siempre con prendas con bolsillos. En uno de ellos lleva su reluciente mondadientes de acero, en otro su pañuelo de lino blanco para pulirlo y con él escarbar sus blancos pero angulosos dientes en el restaurante, en las gradas del estadio de fútbol, en la platea del teatro, en el avión, una y otra vez, una y otra vez aunque no haya ingerido nada. Infausto error, continuo en su vida, que me exaspera hasta el punto de que en esos momentos deseo arrebatarle el palillo de sus manos y con todas las fuerzas de mi menudo cuerpo clavárselo en uno de sus profundos y negros ojos. Instintos asesinos…debo dejarle. Pero dudo, dudo porque estoy enamorada…Saco la moneda del bolsillo izquierdo de mi chaqueta y lanzo discretamente la moneda al aire:
Diosa Fortuna,
Urde mi destino,
Detén que mi duda,
Abra el desatino.

Sale cruz… el NO, la oscuridad, la inacción, la pasividad, el yang. La diosa Fortuna es categórica, contundente, axiomática. Debo dejarle. Le dejo ese mismo día. Él llora pero yo confío en mi diosa Fortuna…

Dos años después, sentada en la terraza de mi bar favorito, mientras acaricio la peseta del bolsillo izquierdo de mi pantalón, sigo preguntándome si tomé la decisión correcta… si la diosa Fortuna protege mi destino y dos años después sigo con la duda.

Lakshmi

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sábado, 17 de febrero de 2007

Cinco felicidades en un cuento no tan breve

Dicen que el amor lo transforma todo. Cuando Juana y Bruno se conocieron era dos seres oblicuamente indiferentes.

Bruno era un chico con suerte. La naturaleza le había dado ojos azules, pecas de canela y una sonrisa seductora. Si además has recibido una educación de modales elegantes y una conversación ingeniosa, tienes todos los atributos para entrar en el club de los conquistadores legendarios. Con veinticinco años, eso es como si te hubiera tocado la lotería. Bruno entraba en un bar y provocaba, literalmente, efectos secundarios. Le gustaba el juego de la seducción. Disfrutaba con cada tontería que decía para tratar de hacer sonreír a una mujer, sin darse cuenta, o tal vez dándose cuenta perfectamente, de que ya estaban sonriendo antes de que él se acercara, fascinadas por su cara de niño bueno y su mirada de “puño de hierro en guante de seda”. El momento del hachazo, como llamaba él a ese beso súbito que transformaba una conversación informal en un suceso del deseo, a ese primer paso de un camino más largo que acababa casi siempre en una fatiga entre las sábanas, no era lo más importante. Todo lo anterior era lo que le daba vida. Desde que se acicalaba en casa ya pensaba en ese mecanismo: elegir un bar, elegir una chica, elegir una excusa para hablarle, elegir una conversación, elegir la mirada y el gesto, elegir el minuto de acercar la boca al oído...hasta el momento del golpe que dividía el juego en dos partes, la exploración y la necesidad.
La exploración, la caza, era lo que más le gustaba.

Juana era enfermera. Estar cerca de la muerte le daba ganas de vivir intensamente. Pero intensidad no significa siempre alegría. No quería una vida de planteamiento nudo y desenlace. Se dejaba llevar por el instinto y hacía a veces cosas inesperadas. Le gustaba, por ejemplo, subirse a un autobús en un día de lluvia, y recorrer la ciudad mirando por la ventana, hasta que el conductor le indicaba que habían llegado al final del trayecto. Entonces se bajaba, sin saber muy bien dónde había caído, buscaba un taxi y volvía a casa. Se emocionaba fácilmente con cualquier cosa, una película, una canción, un gato perdido, y le gustaba sufrir, abatirse, y dejar que las lágrimas brotaran desde lo hondo de su maltrecho corazón. Siempre encontraba motivos para la tristeza: que si su mejor amiga ya no la llamaba, que si su hermana se llevaba todos los elogios, que si no le llegaba el sueldo a fin de mes... y los hombres, qué crueles eran los hombres. Todos la hacían sentirse como un objeto, en ninguno lograba dejar huella, y todos dejaban en su alma el tatuaje de lo imposible, el vacío de lo necesario, el dolor de la ausencia. El último la había chuleado vergonzosamente, y sólo después de varios desplantes inadmisibles pudo acabar con la relación, aunque no del todo.
Si miraba la noche estrellada se sentía sola, y su dolor le daba indefectiblemente el gozo del llanto más amargo.

Dicen que el amor lo transforma todo. Cuando Juana y Bruno se conocieron era dos seres oblicuamente indiferentes. Nada tenían que ver una enfermera de casi cuarenta años y un recién licenciado en Químicas, empleado en una fábrica de detergentes. Bruno salía del almacén donde trabajaba, en las afueras de Madrid, cuando vio a una chica que buscaba un taxi a deshora por calles deshabitadas. Tal vez fuera ese aire de fantasma vagando por los escombros periféricos de la gran ciudad lo que le movió, inesperadamente, a llevarla en su coche. Ella le agradeció el gesto, llevaba ya un rato caminando por los grises descampados y estaba a punto de echarse a llorar por segunda vez. Bruno bajó la música, y se dejó envolver por la conversación de Juana mientras la acercaba a su casa. Ella le contó que tenía un gato, que le gustaba pasear por la ciudad sin rumbo fijo, y que estaba sola. El se fijó en sus rodillas en el segundo semáforo y tuvo en ese momento su primer mal pensamiento. Olía bien esta chica, su piel era blanca y lisa, pulida como un canto de río. A ella le gustó el aire decidido de él, su forma de conducir sabiendo adonde iba. Cuando llegaron a su portal ella tuvo el insensato arranque de invitarle a subir. “Estarás cansado, tómate una copa” le dijo. Él no había trazado ningún plan, no había desplegado sus artilugios de seducción, y se sorprendió diciendo “De acuerdo”. Diez minutos después el gato los miraba arrancarse la ropa el uno al otro y abandonarse al desenfreno de la cópula. Tampoco él entendía nada.

Ahora Bruno está esperando a Juana. La noche lo empapa despacio con sus humedades, el silencio lo envuelve cargado de estrellas. Sabe que ella vendrá con ganas de hacerlo, y que después del sudor y la sal y el abrazo y el mordisco y el grito, se dormirán tranquilos, desnudos, mirando por la ventana el cielo negro lleno de lejanos puntitos amarillos. Pero él no está pensando en eso ahora. Ni siquiera sabe en qué está pensando. Tal vez es su cuerpo el que piensa, el que respira sin pedir ni dar cuentas a nadie, el que espera, sencillamente, que algo suceda. A sus labios se asoma, misteriosa, una sonrisa que no significa nada.

Cuando se junten, otra vez más, serán una mezcla de carne y calor en la que ella verá recompensadas todas sus decepciones, sus miedos, su dolor, en la que todo lo malo se verá mágicamente disminuido, sin dejar de estar ahí, porque también está contenido en aquel abrazo. Y en ese abrazo encontrará él la energía para seguir buscando, la confirmación de que en cada exploración de lo femenino hay un fin, un logro, un premio. Pero también hay algo más en ese encuentro. En el abandono, en el naufragio común del orgasmo, ambos pierden por un momento la conciencia, y se convierten de pronto en algo que no existe, en un ser múltiplo, común, distinto, sin mas agarraderas con lo real que los brazos que se entrecruzan o las pieles que se entrechocan, o las bocas que se devoran o esa savia interior que se derrumba, como un oleaje, del uno hacia el otro.

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Felicidad en la sauna vacía

Mi sauna es mi confesionario. Hago una vida de rutinas y prisas, y por culpa de Michel Houllebecq voy al gimnasio a oponer resistencia al declive de mis cuarenta años. Cuando termino de jugar con los aparatos que mueven mis músculos minúsculos, me premio con diez minutos del calor agobiante y vaporoso de ese templo callado de madera. Repaso mi vida, pongo en orden las cosas que me preocupan, y si en ese momento no hablo con Dios es porque no creo mucho en Él.
Hay días en que me quedo en blanco, como la toalla grande sobre la que me tumbo o la pequeña que me tapa decentemente la entrepierna. Mi mente se deshace en el sudor, y se pasan diez minutos sin que me dé cuenta de dónde estoy, mirando a un techo de madera y relajándome sin saber muy bien si soy yo o me he fundido por fin con el silencio cálido y húmedo que me cubre.

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La puta silla (un cuento incomprendido)

Parecía un domingo más de resaca, pijama y sofá. Pero mi barba de dos días y el desorden de la casa delataban la atmósfera de provisionalidad en que se sumía mi existencia. Todos los intentos de días atrás por recuperar a Isabel habían resultado baldíos. Y la desconcertante entereza con que ella apuntalaba su negativa a salir conmigo me hacía sospechar que ya se había ilusionado con otro durante aquel absurdo paréntesis estival de inundaciones en Madrid. Frustrado, me convencí a mí mismo de que había llegado la hora de tirar la toalla, de que debía sacar el as que llevaba escondido bajo la manga. Un as con forma de otra mujer que conocí ese mismo verano.

De repente, la llamada de su hermano Jorge dio un giro inesperado a la partida. Me aconsejó que viera la película favorita de Isabel, “El Rey Pescador”. Así comprendería mejor sus entretelas de soñadora compulsiva. Sentí curiosidad. Con la bragueta abierta me fugué de casa en dirección al videoclub. De vuelta, colé la cinta en el DVD. En una escena, un mendigo hacía una silla con parte del tapón de una botella de champagne y, en un derroche de espontaneidad, se la ofrecía a la mujer que amaba. “En la basura se encuentran pequeñas cosas”, le decía de forma lacónica.

Decidí imitarle. Gastar el último cartucho. Congelé la imagen de la silla en el vídeo. Abrí una botella de Lambrusco que la providencia había dejado en la nevera junto a un par de yogures caducados. Con dificultad, convertí la chapa y el filamento metálico que recubrían el corcho en una silla con el respaldo en forma de corazón. Empleé toda la tarde. Nunca fui un manitas.

La puta silla me sirvió para confirmar, horrorizado, que aún consideraba a Isabel el mejor invento después de la mayonesa. Y que el as de mi manga, el as con forma de otra mujer, tan sólo era el dos de picas.

Carlos Azofra

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viernes, 16 de febrero de 2007

La primera vez

La vigorosa figura del hombre irrumpe en la habitación. Cuando adivino su presencia, una mezcla de miedo y placer recorre mi espalda.
-Desnúdate. Fuera todo –me ordena con voz grave-.

Una luz dorada ilumina las prendas que –una tras otra- van cayendo a mis pies.
-Ahora junta las muñecas.
Con destreza, el hombre pasa el extremo de la cuerda sobre el dosel de la cama y tira de él, obligándome a mantener los brazos en alto. Siento la total desnudez de mi piel un instante antes de verme mancillada por el cuero caliente de su látigo.
Los golpes desgarran mi carne. Antes de soltar todo el aire de cada entrecortada respiración, un intenso zarpazo de dolor sacude mi cuerpo. Una pausa más larga, durante la que el escozor se hace insoportable, me devuelve las punzadas, los desgarros, la violencia de cada caricia.
-¿Podré resistirlo? –pregunto con un hilo de voz-.
El hombre en silencio, posa sus dedos sobre mis labios para que no hable. Libera mis muñecas de la cuerda lacerante y me derrumbo en sus brazos. Me duele hasta la sangre.
Tendida sobre la alfombra, el hombre vuelve mi cuerpo de costado para mostrarme la ternura de su rostro. Esbozo una leve sonrisa.
Apenas puedo escuchar sus pasos mientras se aleja.

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domingo, 4 de febrero de 2007

Atasco

¿Qué es lo que quiero en la vida? Otra vez no obtengo respuesta. A veces la respuesta la confundo con alguien y eso tapa mi ansiedad por un tiempo, pero hoy vuelvo a repasar mis imposibles y no me satisfacen.

Despierto , termino de afeitarme , dejo de mirar no se qué en el espejo y aparto la pregunta destructora para otro momento de mayor valentía. Huyo. Cojo las cosas que creo necesarias y sintonizo la emisora con las mismas canciones de siempre. Mientras, espero como mejor momento del día el no soportar muchos atascos. Capto un reflejo en el retrovisor, y aparece de nuevo.
Repaso las cosas que tengo y las tangibles que quiero. Estoy contento ¿o no lo estoy? . Miro al resto de la gente fuera y no dudo.
Freno en húmedo a punto de estampar mis memorias en el parabrisas. Hay un accidente. Llegaré tarde. Fogonazos amarillos y rojos que empañan mi visión. Estoy detenido y me detiene el pensamiento.
Despierto. Me levanto y voy a lavabo. Son las seis de la mañana. Dejo la afeitadora donde siempre. Cojo mi coche. Ponen mi canción preferida y la vuelvo a cantar. Hay atasco. Me paro. Me despierto. Leo el periódico y echo un vistazo a las noticias del fútbol. Pierdo el autobús y me despierto. Termino mi "carrera". Ya puedo dormir con ella. Despierto de nuevo. Dejo mi maquinilla donde estará siempre. Me acuesto. Me pongo mi mejor traje. La beso. Mi madre me lleva al colegio. Me paro y lloro rodeado de luces. Grito y me invade la oscuridad y creo que despierto aunque sigo con la duda.

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miércoles, 31 de enero de 2007

Mujeres

Siempre le había gustado que la llamasen Lola pero desde hacía ya años que todo el mundo la llamaba Dolores. Ya no recuerda cuando se produjo el cambio pero ahora Lola sólo le recuerda a sus años de juventud, cuando estudiaba, cuando tenía aquella preciosa melena que tanto tiempo dedicaba a cuidar. Lola era alegre, algo tonta, inocente y muy feliz. Se casó y tuvo una niña y Lola seguía siendo Lola hasta que un día su marido murió, de repente pero murió y Lola poco a poco dejó de ser alegre, poco a poco dejó de ser inocente y así de repente dejó de ser feliz.

Y Dolores se levanta todas las mañanas de la cama con aquel huequito vacío y se viste, prepara el desayuno a su hija y la sonríe porque ella es lo único que le queda. Coge las llaves y con un gran suspiro sale a la calle, un suspiro para coger fuerzas. Allí está el atasco, el humo, el claxon de los coches, la gente que va de un lado a otro, pero a Dolores todavía le quedan fuerzas del suspiro.

Llega a la oficina y vienen las quejas, y Dolores que no cae bien y ella lo sabe. Sabe que nadie contesta a sus buenos días y que la gente siempre habla cuando ella da la espalda. Sabe que siempre toma el café sóla, que su pelo ya no es liso y que su ceño siempre anda fruncido.

Porque es verdad que era impertinente, que tardaba en contestar, pero es que Dolores siempre andaba buscando su trocito de suspiro.

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jueves, 25 de enero de 2007

Olvidar

Olvidar: dejar de tener en la memoria algo o a alguien; dejar de tenerle afecto; no tenerle en cuenta.

Cierro los ojos, la nariz y la boca. Tapono todos los agujeros que encuentro en mi cuerpo, hasta los poros. Me convierto en una fortaleza, el único inconveniente es que la bomba está dentro. Construyo unos muros tan gruesos que el estallido no pueda derribarlos, la pólvora explota dentro y rebota contra ellos. Todo arde y cuando ya sólo quedan cenizas comienzo el inventario. Ni un solo recuerdo, ni su sonrisa, ni su mirada, ni siquiera su nombre. No queda nada, sólo un solar devastado.


Y ahora puedo seguir con mi vida como si nada hubiera pasado, y me levanto por las mañanas diciendo qué tal cariño, y no siento nada, ni angustia, ni pena, ni fuerza, ni vida y orgulloso me afeito con la seguridad de que ya no hay peligro, porque ahora, yo también estoy muerto.

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Consejos para escritores - Anton Chéjov

- Uno no termina con la nariz rota por escribir mal; al contrario, escribimos porque nos hemos roto la nariz y no tenemos ningún lugar al que ir.
- Cuando escribo no tengo la impresión de que mis historias sean tristes. En cualquier caso, cuando trabajo estoy siempre de buen humor. Cuanto más alegre es mi vida, más sombríos son los relatos que escribo.
- Dios mío, no permitas que juzgue o hable de lo que no conozco y no comprendo.
- No pulir, no limar demasiado. Hay que ser desmañado y audaz.
- La brevedad es hermana del talento. Lo he visto todo. No obstante, ahora no se trata de lo que he visto sino de cómo lo he visto.
- Es extraño: ahora tengo la manía de la brevedad: nada de lo que leo, mío o ajeno, me parece lo bastante breve.
- Cuando escribo, confío plenamente en que el lector añadirá por su cuenta los elementos subjetivos que faltan al cuento.
- Es más fácil escribir de Sócrates que de una señorita o de una cocinera.
- Guarde el relato en un baúl un año entero y, después de ese tiempo, vuelva a leerlo. Entonces lo verá todo más claro. Escriba una novela. Escríbala durante un año entero. Después acórtela medio año y después publíquela. Un escritor, más que escribir, debe bordar sobre el papel; que el trabajo sea minucioso, elaborado.
- Te aconsejo: 1) ninguna monserga de carácter político, social, económico; 2) objetividad absoluta; 3) veracidad en la pintura de los personajes y de las cosas; 4) máxima concisión; 5) audacia y originalidad: rechaza todo lo convencional; 6) espontaneidad.
- Es difícil unir las ganas de vivir con las de escribir. No dejes correr tu pluma cuando tu cabeza está cansada.
- Nunca se debe mentir. El arte tiene esta grandeza particular: no tolera la mentira. Se puede mentir en el amor, en la política, en la medicina, se puede engañar a la gente e incluso a Dios, pero en el arte no se puede mentir.
- Nada es más fácil que describir autoridades antipáticas. Al lector le gusta, pero sólo al más insoportable, al más mediocre de los lectores. Dios te guarde de los lugares comunes. Lo mejor de todo es no describir el estado de ánimo de los personajes. Hay que tratar de que se desprenda de sus propias acciones. No publiques hasta estar seguro de que tus personajes están vivos y de que no pecas contra la realidad.
- Escribir para los críticos tiene tanto sentido como darle a oler flores a una persona resfriada.
- No seamos charlatanes y digamos con franqueza que en este mundo no se entiende nada. Sólo los charlatanes y los imbéciles creen comprenderlo todo.
- No es la escritura en sí misma lo que me da náusea, sino el entorno literario, del que no es posible escapar y que te acompaña a todas partes, como a la tierra su atmósfera. No creo en nuestra intelligentsia, que es hipócrita, falsa, histérica, maleducada, ociosa; no le creo ni siquiera cuando sufre y se lamenta, ya que sus perseguidores proceden de sus propias entrañas. Creo en los individuos, en unas pocas personas esparcidas por todos los rincones -sean intelectuales o campesinos-; en ellos está la fuerza, aunque sean pocos.

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martes, 23 de enero de 2007

El Príncipe y el Dragón

Él era el príncipe definitivo,
el que había encontrado tras besar muchas ranas,
el que elegí quizás por cansancio, al ponerme las lentes de no ver,
para negar la realidad y quedarme con lo que había soñado.

En cuanto le descubrí, desplegué todos los encantos de mujer descomplicada,
fui más silenciosa que una anacoreta,
más complaciente que una prostituta,
borré el No del diccionario
y serví el café con leche como una geisha disciplinada.

Hasta que un día el dragón interior me poseyó,
se le inflamaron las fauces,
y del fuego de hasta aquí hemos llegado,
nació un no me da la gana como un castillo.

A partir de entonces me negué a ser amordazada,
a estar poseída por el deseo de otro,
o a ser una simple muñeca manipulada.

Entró a saco el Terminator que desplazó a la Barbie,
emergió un ser altamente respetable que expresó sus opiniones,
y que en vez de tomar pastillas para dormir,
empezó a tomar decisiones.

FS.

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sábado, 20 de enero de 2007

Escribir un cuento - Raymond Carver

Allá por la mitad de los sesenta empecé a notar los muchos problemas de concentración que me asaltaban ante las obras narrativas voluminosas. Durante un tiempo experimenté idéntica dificultad para leer tales obras como para escribirlas. Mi atención se despistaba; y decidí que no me hallaba en disposición de acometer la redacción de una novela. De todas formas, se trata de una historia angustiosa y hablar de ello puede resultar muy tedioso. Aunque no sea menos cierto que tuvo mucho que ver, todo esto, con mi dedicación a la poesía y a la narración corta. Verlo y soltarlo, sin pena alguna. Avanzar. Por ello perdí toda ambición, toda gran ambición, cuando andaba por los veintitantos años. Y creo que fue buena cosa que así me ocurriera. La ambición, y la buena suerte son algo magnífico para un escritor que desea hacerse como tal. Porque una ambición desmedida, acompañada del infortunio, puede matarlo. Hay que tener talento.


Son muchos los escritores que poseen un buen montón de talento; no conozco a escritor alguno que no lo tenga. Pero la única manera posible de contemplar las cosas, la única contemplación exacta, la única forma de expresar aquello que se ha visto, requiere algo más. El mundo según Garp es, por supuesto, el resultado de una visión maravillosa en consonancia con John Irving. También hay un mundo en consonancia con Flannery O'Connor, y otro con William Faulkner, y otro con Ernest Hemingway. Hay mundos en consonancia con Cheever, Updike, Singer, Stanley Elkin, Ann Beattie, Cynthia Ozick, Donald Barthelme, Mary Robinson, William Kitredge, Barry Hannah, Ursula K. LeGuin... Cualquier gran escritor, o simplemente buen escritor, elabora un mundo en consonancia con su propia especificidad.

Tal cosa es consustancial al estilo propio, aunque no se trate, únicamente, del estilo. Se trata, en suma, de la firma inimitable que pone en todas sus cosas el escritor. Este es su mundo y no otro. Esto es lo que diferencia a un escritor de otro. No se trata de talento. Hay mucho talento a nuestro alrededor. Pero un escritor que posea esa forma especial de contemplar las cosas, y que sepa dar una expresión artística a sus contemplaciones, tarda en encontrarse.
Decía Isak Dinesen que ella escribía un poco todos los días, sin esperanza y sin desesperación. Algún día escribiré ese lema en una ficha de tres por cinco, que pegaré en la pared, detrás de mi escritorio... Entonces tendré al menos es ficha escrita. "El esmero es la UNICA convicción moral del escritor". Lo dijo Ezra Pound. No lo es todo aunque signifique cualquier cosa; pero si para el escritor tiene importancia esa "única convicción moral", deberá rastrearla sin desmayo.

Tengo clavada en mi pared una ficha de tres por cinco, en la que escribí un lema tomado de un relato de Chejov:... Y súbitamente todo empezó a aclarársele. Sentí que esas palabras contenían la maravilla de lo posible. Amo su claridad, su sencillez; amo la muy alta revelación que hay en ellas. Palabras que también tienen su misterio. Porque, ¿qué era lo que antes permanecía en la oscuridad? ¿Qué es lo que comienza a aclararse? ¿Qué está pasando? Bien podría ser la consecuencia de un súbito despertar. Siento una gran sensación de alivio por haberme anticipado a ello.

Una vez escuché al escritor Geoffrey Wolff decir a un grupo de estudiantes: No a los juegos triviales. También eso pasó a una ficha de tres por cinco. Solo que con una leve corrección: No jugar. Odio los juegos. Al primer signo de juego o de truco en una narración, sea trivial o elaborado, cierro el libro. Los juegos literarios se han convertido últimamente en una pesada carga, que yo, sin embargo, puedo estibar fácilmente sólo con no prestarles la atención que reclaman. Pero también una escritura minuciosa, puntillosa, o plúmbea, pueden echarme a dormir. El escritor no necesita de juegos ni de trucos para hacer sentir cosas a sus lectores. Aún a riesgo de parecer trivial, el escritor debe evitar el bostezo, el espanto de sus lectores.

Hace unos meses, en el New York Times Books Review John Barth decía que, hace diez años, la gran mayoría de los estudiantes que participaban en sus seminarios de literatura estaban altamente interesados en la "innovación formal", y eso, hasta no hace mucho, era objeto de atención. Se lamentaba Barth, en su artículo, porque en los ochenta han sido muchos los escritores entregados a la creación de novelas ligeras y hasta "pop". Argüía que el experimentalismo debe hacerse siempre en los márgenes, en paralelo con las concepciones más libres. Por mi parte, debo confesar que me ataca un poco los nervios oír hablar de "innovaciones formales" en la narración. Muy a menudo, la "experimentación" no es más que un pretexto para la falta de imaginación, para la vacuidad absoluta. Muy a menudo no es más que una licencia que se toma el autor para alienar -y maltratar, incluso- a sus lectores. Esa escritura, con harta frecuencia, nos despoja de cualquier noticia acerca del mundo; se limita a describir una desierta tierra de nadie, en la que pululan lagartos sobre algunas dunas, pero en la que no hay gente; una tierra sin habitar por algún ser humano reconocible; un lugar que quizá solo resulte interesante par un puñado de especializadísimos científicos.

Sí puede haber, no obstante, una experimentación literaria original que llene de regocijo a los lectores. Pero esa manera de ver las cosas -Barthelme, por ejemplo- no puede ser imitada luego por otro escritor. Eso no sería trabajar. Sólo hay un Barthelme, y un escritor cualquiera que tratase de apropiarse de su peculiar sensibilidad, de su mise en scene, bajo el pretexto de la innovación, no llegará sino al caos, a la dispersión y, lo que es peor, a la decepción de sí mismo. La experimentación de veras será algo nuevo, como pedía Pound, y deberá dar con sus propios hallazgos. Aunque si el escritor se desprende de su sensibilidad no hará otra cosa que transmitirnos noticias de su mundo.

Tanto en la poesía como en la narración breve, es posible hablar de lugares comunes y de cosas usadas comúnmente con un lenguaje claro, y dotar a esos objetos -una silla, la cortina de una ventana, un tenedor, una piedra, un pendiente de mujer- con los atributos de lo inmenso, con un poder renovado. Es posible escribir un diálogo aparentemente inocuo que, sin embargo, provoque un escalofrío en la espina dorsal del lector, como bien lo demuestran las delicias debidas a Navokov. Esa es de entre los escritores, la clase que más me interesa. Odio, por el contrario, la escritura sucia o coyuntural que se disfraza con los hábitos de la experimentación o con la supuesta zafiedad que se atribuye a un supuesto realismo. En el maravilloso cuento de Isaak Babel, Guy de Maupassant, el narrador dice acerca de la escritura: Ningún hierro puede despedazar tan fuertemente el corazón como un punto puesto en el lugar que le corresponde. Eso también merece figurar en una ficha de tres por cinco.

En una ocasión decía Evan Connell que supo de la conclusión de uno de sus cuentos cuando se descubrió quitando las comas mientras leía lo escrito, y volviéndolas a poner después, en una nueva lectura, allá donde antes estuvieran. Me gusta ese procedimiento de trabajo, me merece un gran respeto tanto cuidado. Porque eso es lo que hacemos, a fin de cuentas. Hacemos palabra y deben ser palabras escogidas, puntuadas en donde corresponda, para que puedan significar lo que en verdad pretenden. Si las palabras están en fuerte maridaje con las emociones del escritor, o si son imprecisas e inútiles para la expresión de cualquier razonamiento -si las palabras resultan oscuras, enrevesadas- los ojos del lector deberán volver sobre ellas y nada habremos ganado. El propio sentido de lo artístico que tenga el autor no debe ser comprometido por nosotros. Henry James llamó "especificación endeble" a este tipo de desafortunada escritura.

Tengo amigos que me cuentan que debe acelerar la conclusión de uno de sus libros porque necesitan el dinero o porque sus editores, o sus esposas, les apremian a ello. "Lo haría mejor si tuviera más tiempo", dicen. No sé qué decir cuando un amigo novelista me suelta algo parecido. Ese no es mi problema. Pero si el escritor no elabora su obra de acuerdo con sus posibilidades y deseos, ¿por qué ocurre tal cosa? Pues en definitiva sólo podemos llevarnos a la tumba la satisfacción de haber hecho lo mejor, de haber elaborado una obra que nos deje contentos. Me gustaría decir a mis amigos escritores cuál es la mejor manera de llegar a la cumbre. No debería ser tan difícil, y debe ser tanto o más honesto que encontrar un lugar querido para vivir. Un punto desde el que desarrollar tus habilidades, tus talentos, sin justificaciones ni excusas. Sin lamentaciones, sin necesidad de explicarse.

En un ensayo titulado Writing Short Stories, Flannery O'Connor habla de la escritura como de un acto de descubrimiento. Dice O'Connor que ella, muy a menudo, no sabe a dónde va cuando se sienta a escribir una historia, un cuento... Dice que se ve asaltada por la duda de que los escritores sepan realmente a dónde van cuando inician la redacción de un texto. Habla ella de la "piadosa gente del pueblo", para poner un ejemplo de cómo jamás sabe cuál será la conclusión de un cuento hasta que está próxima al final:

Cuando comencé a escribir el cuento no sabía que Ph.D. acabaría con una pierna de madera. Una buena mañana me descubrí a mí misma haciendo la descripción de dos mujeres de las que sabía algo, y cuando acabé vi que le había dado a una de ellas una hija con una pierna de madera. Recordé al marino bíblico, pero no sabía qué hacer con él. No sabía que robaba una pierna de madera diez o doce líneas antes de que lo hiciera, pero en cuanto me topé con eso supe que era lo que tenía que pasar, que era inevitable.

Cuando leí esto hace unos cuantos años, me chocó el que alguien pudiera escribir de esa manera. Me pereció descorazonador, acaso un secreto, y creí que jamás sería capaz de hacer algo semejante. Aunque algo me decía que aquel era el camino ineludible para llegar al cuento. Me recuerdo leyendo una y otra vez el ejemplo de O'Connor.Al fin tomé asiento y me puse a escribir una historia muy bonita, de la que su primera frase me dio la pauta a seguir. Durante días y más días, sin embargo, pensé mucho en esa frase: Él pasaba la aspiradora cuando sonó el teléfono. Sabía que la historia se encontraba allí, que de esas palabras brotaba su esencia. Sentí hasta los huesos que a partir de ese comienzo podría crecer, hacerse el cuento, si le dedicaba el tiempo necesario. Y encontré ese tiempo un buen día, a razón de doce o quince horas de trabajo. Después de la primera frase, de esa primera frase escrita una buena mañana, brotaron otras frases complementarias para complementarla.

Puedo decir que escribí el relato como si escribiera un poema: una línea; y otra debajo; y otra más. Maravillosamente pronto vi la historia y supe que era mía, la única por la que había esperado ponerme a escribir.Me gusta hacerlo así cuando siento que una nueva historia me amenaza. Y siento que de esa propia amenaza puede surgir el texto. En ella se contiene la tensión, el sentimiento de que algo va a ocurrir, la certeza de que las cosas están como dormidas y prestas a despertar; e incluso la sensación de que no puede surgir de ello una historia. Pues esa tensión es parte fundamental de la historia, en tanto que las palabras convenientemente unidas pueden irla desvelando, cobrando forma ene l cuento. Y también son importantes las cosas que dejamos fuera, pues aún desechándolas siguen implícitas en la narración, en ese espacio bruñido (y a veces fragmentario e inestable) que es sustrato de todas las cosas.

La definición que da V.S. Pritcher del cuento como "algo vislumbrado con el rabillo del ojo", otorga a la mirada furtiva categoría de integrante del cuento. Primero es la mirada. Luego esa mirada ilumina un instante susceptible de ser narrado. Y de ahí se derivan las consecuencias y significados. Por ello deberá el cuentista sopesar detenidamente cada una de sus miradas y valores en su propio poder descriptivo. Así podrá aplicar su inteligencia, y su lenguaje literario (su talento), al propio sentido de la proporción, de la medida de las cosas: cómo son y cómo las ve el escritor; de qué manera diferente a las de los más las contempla. Ello precisa de un lenguaje claro y concreto; de un lenguaje para la descripción viva y en detalle que arroje la luz más necesaria al cuento que ofrecemos al lector. Esos detalles requieren, para concretarse y alcanzar un significado, un lenguaje preciso, el más preciso que pueda hallarse. Las palabras serán todo lo precisas que necesite un tono más llano, pues así podrán contener algo. Lo cual significa que, usadas correctamente, pueden hacer sonar todas las notas, manifestar todos los registros.
Raymond Carver

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viernes, 19 de enero de 2007

Viaje imperfecto

Hace calor. Siento mi piel húmeda bajo el jersey y miro hacia el suelo porque me intimidan los ojos de la gente que hay a mi alrededor. Pienso en la puntera de mis botas, en su elegancia afilada, y así pasan los minutos. Todo se para, nos paramos. Unos salen, otros entran y nuevas miradas se clavan en mí. Un hombre con rasgos eslavos toca el acordeón. Frente a él, un niño negro lo contempla admirado. Los dedos del hombre acarician el instrumento produciendo melodías que a todos nos transportan, pero nadie lo mira, sólo el niño. Sus ojos y los del hombre, iluminan este espacio cerrado y claustrofóbico.

Todo se para, nos paramos. Nadie sale, nadie entra. Tan sólo la música atraviesa el enorme muro transparente que nos separa a todos. Advierto a unos metros a una mujer joven. Está de espaldas a mí. Sostiene un periódico en sus manos y un movimiento brusco hace que cambie de posición. Es entonces cuando puedo ver su rostro, marcado por profundas arrugas que reflejan, ahora sí, su verdadera edad.

Todo se para, nos paramos. De las páginas de mi libro, mis ojos se desvían a las páginas del libro del hombre que tengo a mi lado y comienzo a leer... "Empieza por una suerte de revelación. Pero uso esa palabra de un modo modesto, no ambicioso. Es decir, de pronto sé que va a ocurrir algo y eso que va a ocurrir puede ser, en el caso de un cuento, el principio y el fin. En el caso de un poema, no: es una idea más general, y a veces ha sido la primera línea. Es decir, algo me es dado, y luego ya intervengo yo, y quizá se echa todo a perder". La luz se apaga unos segundos, miro al techo y me quedo pensando. ¡Todo parece tan simple! Acaricio, una vez más, el cuaderno de pasta verde que siempre me acompaña e imagino palabras con las que henchir su blancura interior.

Todo se para, nos paramos. Salen todos. Miro a un lado y otro, pero no queda nadie. Se reanuda la marcha y un zumbido antes imperceptible se interna en mis oídos y se acurruca en ellos hasta desaparecer y convertirse en silencio. Siento angustia en este encierro solitario mientras que el olor húmedo de los túneles se hace cada vez más penetrante. Pienso en la noche que se acerca, en tus ojos entreabiertos, en tu respiración, en tu sangre. Pienso en tus manos, en tu luz, en tu grito.

Todo se para, mis pensamientos se paran. En los letreros de la estación descubro que ya he llegado. Pulso el botón que abre la puerta y me pierdo entre ríos de personas que caminan como autómatas en diferentes sentidos. Quiero salir de aquí, necesito respirar y sentir el universo ante mí. Corro por los pasillos y subo las escaleras de dos en dos. Salgo a la calle, despliego mis alas y percibo una voz que susurra... vuela.

A.J.R.

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